Los misterios de la bordalesa


Hablar de la bordalesa,es hablar del vino, décadas atrás desde  Mendoza o San Juan,llegaban a Chillar por medio del ferrocarril.
Que el producto viniera directamente desde su origen no aseguraba que el vino fuera de calidad.Es conocido el secreto que un bodeguero antes de morir le confió a su hijo “hijo,debes saber que el vino también se hace de uva”.
Suponiendo que el vino fuera de uva,quedaban las “mezclas” y los “bautizos”,como risueñamente se decía, por ello eran pocos quienes tenían la bordalesa a la vista a la hora de satisfacer el pedido de un cliente,muchos preferían mantenerla en la trastienda al abrigo de las miradas indiscretas.
En la oportunidad en que un cliente pudo pasar a la trastienda,en uno de los negocios del pueblo,pudo observar que al pié de la bordalesa,reposaba una “medida” de cinco litros con una “boina” negra en remojo,cuyo liquido muy parecido al tinto servia para mejorar el color del vino “bautizado”.
No era lo único, también estaban el tanino o el propio quebracho,que en contacto con el agua,daba un liquido no muy diferente al de un buen rosado que, junto con el clarete,el tinto o el semillón(blanco)eran lo típicos de aquella época.
Descubrimos su existencia cuando un día al salir de la “ciento uno”,en “La Perla” (negocio de ramos generales que estaba casi enfrente),estaban descargando bordalesas,que Don Castillo,con su chata,que siempre parecía a punto de desarmarse y sus dos escuálidos caballos de tiro, traía desde la estación de FFCC y, allí nos quedábamos mirando como eran bajadas de la chata,primero y luego descendidas al sótano para su guarda,hasta el momento de ser utilizadas,en que nuevamente se abría el sótano para izar la bordalesa y ponerla sobre la tarima de despacho.Grande o chico ningún negocio podía prescindir de la bordalesa,sea que ésta les llegara directamente de origen o a través de negocios de la localidad que hacían de mayoristas.



De estos últimos la recibía Don José Donadio,que tenia un negocio,combinación de almacén, despacho de bebidas y Sucursal Postal,esto por que era el ultimo punto de llegada del cartero,que allí dejaba la correspondencia de quienes
Vivian un poco mas allá, en la”colonia”como se decía, un grupo de casas,separadas del pueblo por las tierras de Etcheverry,alias”Pajarito”,alli moraban los Stanga,Torres,Bericiartua,Ollearo,
Giovannoni,Blanco,Mansilla, Lavin, entre otros, parada habitual de quienes luego de finalizar su jornada laboral o de algún peón de campo, que se allegaba al pueblo, atando su pingo en el palenque, se detenían a tomarse un vinito, que Don José servia colocando encima el cubre vaso de cartón (por si las moscas..) y de paso ver si había llegado alguna carta.
”Tenés que esperar,tengo que poner el espiche”,nos dijo Don José, un día que habíamos ido a buscar vino y, ahí taladro tipo manivela en mano,fuimos testigo de la novedosa (para nosotros )operación, esperando que el chorro de vino emergiera incontrolable,pero no,la perforación no era total,se dejaba un pequeño resto,se introducía el espiche y de un mazazo certero perforaba el resto de la madera y quedaba firme y, el vino todavía sin aparecer,faltaba la ultima operación, el agujerito superior,para el ingreso de aire,ahora si la bordalesa estaba en condiciones para el despacho.
Esto último que hoy parece una nimiedad le llevo al hombre milenios comprenderlo,fue un misterio,que no pudo sortear ni siquiera Herón de Alejandría, allá por siglo I,inventor de la primer bomba de incendio para los bomberos.
Por encargo de su padre fabricó un espejo móvil en altura,para su peluquería, un simple agujerito, hubiese bastado para que las pesas hubiesen podido moverse libremente y así situar al espejo a la altura deseada y evitar el bochorno del fracaso.
Pasarian varios siglos,todavía, para que el hombre pudiera comprender el fenómeno del aire, develar su misterio y reconocer el involuntario error de Herón.
El ultimo misterio sería develado por Don Antonio Flecha dueño de “La Despensa”,que veia desde hacia tiempo que las cuentas no cerraban, daba la impresión que las bordalesas eran cada vez mas livianas ¿seria por la madera?,”mejor controlemos los litros”,sugirió Don Antonio, así se hizo,apenas poco mas de ciento veinte litros,cuando la capacidad normal rondada entre 170 y 190 litros en promedio, sin embargo la etiqueta que cubría el frente estaba integra.
La viveza y picardía criollas,¿cuándo no? incentivó el “ordeñe”.


Desmontar parcialmente la etiqueta, hacer el orificio,poner el espiche,trasvasar el vino a las damajuanas,retirar el espiche,taponar el orificio con un tarugo de madera,cortarlo al ras y volver a pegar la etiqueta,era un juego de niños,algo que se hacia en las paradas del largo viaje en FFCC.Esto y el paulatino cambio en el envasado,destinado a eliminar la manipulación del producto dando preeminencia a los envases de vidrio, significó el réquiem para la bordalesa,que lentamente desaparecerían ,solo la tarima quedaría por algún tiempo como mudo testimonio de un pasado ido y recordatorio que alguna vez, ellas allí estuvieron.-